Diversidades sexuales

Aguas que escuchan

Artes y Culturas

31 de julio de 2024

Bernardo E. Rozo López [1]

1. Escuchas modernas del Agua

En la actualidad, todavía entendemos que los humanos debemos salvaguardar el mundo “natural” porque es “nuestro”. Las actividades de protección y restauración, y la implicación de actores sociales rurales y urbanos, se guarda la esperanza de poder seguir obteniendo de la naturaleza múltiples beneficios recreativos, paisajísticos, culturales, productivos, médicos, etc., para el goce de nuestra especie.

Hoy en día, es imposible no percibir cómo la crisis ambiental resuena en nuestro entorno. Son resonancias que, por supuesto, nos rodean e incomodan no solo por estar en reels, memes y otros excesos mediáticos; para muchos, el agua realmente escasea, su costo no para de crecer, los cultivos no prosperan, y la economía tambalea, mientras que no hay manera de inventarse otras formas de participar en los mercados locales del antropoceno. A pesar de las buenas intenciones, todo parece seguir igual. Ideologías dominantes siguen basándose en visiones dualistas que separan naturaleza y cultura, cuyo antropocentrismo prioriza necesidades e intereses humanos (Strang 2023).

En este panorama, a partir de una diversidad de esfuerzos artísticos, políticos, legales, ambientales, y de investigación académica, varias autoras (Chandola, 2013; De la Torre, 2023; Grimaud, 2016; Strang, 2023) se están preguntando qué implicaría “escuchar al agua”. Para Verónica Strang, por ejemplo, “escuchar al agua” estaría orientado a lograr “representar” democráticamente las cualidades, necesidades e intereses del agua y sus vitalidades en todos los procesos de toma de decisiones.

Luego de investigar las relaciones entre humanos, ríos y otros cuerpos de agua en diferentes partes del mundo (2004, 2006, 2008, 2009, 2014, 2018), Strang destaca el rol co-creativo y los compromisos de correspondencia y mutualidad que distintas formas de vida llegan a tejer en diferentes territorios fluviales. Para favorecer relaciones recíprocas e igualitarias con el ámbito no humano, la autora (2023) sugiere replantear mecanismos de gobernanza del agua. “Escuchar al río” implicaría comprender, incluir y articular las necesidades e intereses de formas de vida –humanas y no humanas–, en un concepto re-imaginado de comunidad y una democracia panespecífica.

Para escuchar al río, nos dice, es insuficiente la abundante información científica que existe sobre cuencas fluviales y ecosistemas acuáticos (geología, hidrología, suelos, vegetación, especies locales, y actividades humanas que afectan a todo ello). Para lograr una escucha atenta al río se necesita más elementos, además de un compromiso inspirado en la “empatía imaginativa de las etnografías multiespecie” que se plantean “qué dirían otras especies si pudieran articular sus propias necesidades e intereses, proporcionando una comprensión basada en pruebas de sus intereses y de cómo defenderlos” (2023).

Esto demandaría incluir modelos cosmológicos y ontológicos indígenas que amplíen los debates sobre las relaciones entre lo humano y lo no humano, además de una ética de igualdad e imparcialidad para que nada ni nadie imponga sus necesidades sobre otros.

Pero todo reto democrático debe saber lidiar con las tensiones y conflictos de los conciudadanos. Sabemos que toda representación –por más democrática que se precie–, siempre será limitada. Es imposible conocer, integrar o abarcar a plenitud todas las necesidades e intereses. Por ello, Strang aboga por reducir la diversidad a través de la “selección sensata de una sección transversal de especies lo suficientemente diversa”, y que ello sirva de muestra representativa de intereses para el bienestar de todas las especies de una cuenca. Strang invita a trabajar con muestras.

Esto implica reunir a representantes de sujetos e intereses diversos para componer órganos representativos. Serían expertos, humanos por cierto (ancianos indígenas, pescadores locales, botánicos, biólogos, hidrólogos y agricultores, etc.), idóneos para la representación efectiva de lo no humano gracias a su experiencia y conocimientos sobre las necesidades de los cuerpos de agua y sus especies habitantes, incluyendo seres invisibles o más–que–humanos (entidades guardianes, antepasados totémicos, seres predadores, etc.). Una vez que esté suficientemente capacitado para poder lidiar con la imposición de las ideologías neoliberales dominantes, dicho cuerpo de expertos actuaría interdisciplinarmente ante los diferentes órganos de toma de decisiones. Un trabajo así demandaría, además, una eficaz traducción cultural, que dependería de antropólogos capacitados (otros expertos), para que las nociones indígenas de reciprocidad, asociación e igualdad entre humanos y no humanos, “encajen con otras visiones del mundo”, en aras de su adaptación a los modelos hegemónicos reinantes (valores y prácticas neoliberales de explotación) que buscan siempre tener la última palabra sobre la naturaleza y sus recursos.

Con estos elementos, dice Strang, se podría desafiar el statu quo actual de esa hegemonía y así integrar lo no humano en la salvaguarda de este planeta, consolidando la protección de los derechos e intereses no humanos con un sabio equilibrio entre lo universal y lo local, conciliando los derechos en conflicto a partir del concepto de bien común para el florecimiento de todas las especies y ecosistemas.

Entonces, para esta experta, “escuchar al río” es una cuestión de delegar responsabilidades a sujetos que tengan una “escucha singular” del mundo (y sus vidas), gracias a lo cual sabrían luego lidiar con otras visiones y compromisos con el mundo (y sus “recursos”).

2. “Escuchar” las aguas

El modelo de democracia representativa y el modelo de “expertos” son propuestas que van más allá de Verónica Strang (De la Cadena, 2020). Estos son parte de un panorama que pone entre comillas todo acto de escuchar, donde el “escuchar” sigue determinado por una filosofía naturalista (una sola naturaleza a la que hay que gobernar), y que, por ejemplo, tiene al agua como un objeto (ya sea relajante, contemplativo y sanador, o de indagación científica), o bien como un fenómeno de la naturaleza (que hay que manejar y domesticar para la obtención de singulares cuotas de poder).

Ciertamente, la orientación hacia la representación activa de los intereses no humanos en los foros de toma de decisiones es un esfuerzo que deja por sentado que todo debe seguir funcionando en términos de la historia institucional que ha sido construida por nuestra especie, en un devenir muy marcado por las arbitrariedades de la excepcionalidad humana antropocéntrica.

En cuanto al asunto de los “representantes”, sin necesidad de discutir quién o quiénes serían sujetos idóneos, pienso que la atención a toda esta problemática no puede seguir siendo delegativa. Me parece que una apertura de escucha, y por tanto, de diálogo con, por ejemplo, el agua, supone mucho más que eso. Para poder escuchar al agua, algo tendríamos que poder hacer nosotros mismos.

Una crítica al antropocentrismo puede explicitar lo que nosotros mismos somos capaces de hacer, conscientes de que lo no–humano y sus entornos son corresponsables del estado en que se encuentra un mundo que es cohabitado. Hay mucho que va por esta línea. Algunos se esfuerzan por levantar y sostener el reconocimiento de derechos y necesidades de lo no–humano, en tanto sujetos (ver Strang 2003, 2004); mientras otros proponen intervenir nuestro pensamiento, ya sea desde el animismo (Bird-David, 1999; Brightman et al., 2012; Fausto & Costa, 2010; Halbmayer, 2012; Hallowell, 1981; Harvey, 2013; Rival, 2022; Sillar, 2009; Stengers, 2012; Taussig, 2010; Viveiros de Castro, 2004); el nuevo materialismo (Barad, 2003; Bennett, 2010; Coole & Frost, 2013; Dolphijn & Tuin, 2012; Halbmayer & Schien, 2014; Ingold, 2010, 2012, 2013; Knappett & Malafuris, 2010), los estudios multiespecie (Despret, 2016; Dransart, 2013; Haraway, 2013; Ingold, 1994; E. Kirksey et al., 2016; S. E. Kirksey & Helmreich, 2010; Kohn, 2007; Medrano et al., 2011) y varios otros campos de debate y experimentación que demuestran que el mundo está compuesto por enredos afectivos de interdependencias, correspondencias y mutualidades. También demuestran cómo gran parte de los pueblos antiguos siguen sosteniendo vías de comunicación con otras formas de vida gracias a canales efectivos que van más allá del modelo de la percepción individual, y que la naturaleza y sus formaciones vitales, además de ser sujetos de derechos, también son sujetos de enunciación. Por tanto, en este breve ensayo, pensemos juntos si nosotros mismos podríamos ser capaces de escuchar y comprender a las aguas, y en qué condiciones podría esto suceder. En lo que sigue, me gustaría reflexionar al respecto de nuestros compromisos sensoriales y perceptivos del mundo con el cual nos relacionamos.

3. ¡Escuchemos, pues, aguas!

Toda cuenca fluvial, todo ciclo hídrico, todo cuerpo de agua, está compuesto por una enorme complejidad de vitalidades no–humanas (visibles e invisibles). Múltiples entramados de relaciones entre diferentes formas de vida, hacen que las aguas actúen tanto creativa como destructivamente, mostrando una cualidad inestable e inquieta. Por tanto, hablemos del agua en plural y escuchemos las aguas como un esfuerzo de percibir más que a un solo sujeto.

Además, es imposible que todos los seres vivos percibamos las aguas de la misma manera. De hecho, si entendemos que no es que tenemos cuerpos, sino que somos cuerpos, comprenderemos que percibimos lo que el medio ambiente ofrece al tipo de cuerpo que somos en los espacios que ocupamos (Gibson, 2015). En determinados lugares, las cosas parecen sonar de forma viva e intencionada, como queriendo decir algo.

En efecto, en donde hay aguas en sus diferentes estados, por ejemplo, los sonidos parecen comportarse fuera del control humano, de una manera muy distinta (como cuando nos es imposible vincular lo que escuchamos a causas físicas aparentes) (Brabec de Mori & Stoichita, 2017). En casos así, podemos llegar a percibir melodías, voces, diálogos, gritos y movimientos emergentes sin que haya presencia humana. Un aspecto clave en todo esto, es el movimiento. En tales casos, percibimos presencias cuyos movimientos relevan cómo unas se relacionan con otras, con intencionalidad y consciencia. Y es esto lo que revela a las cosas como seres. Cosas vivas o inquietos seres materiales se comunican haciendo. Llegamos a percibir entidades “ruidosas” que revelan su presencia en planos en los que los sonidos obedecen a sus propias reglas causales. Son mundos en los que los sonidos se producen debido a otros sonidos (Brabec de Mori & Stoichita, 2017).

Entonces, de aquí emergen dos preguntas inevitables que quizás sea interesante atender. ¿Cómo está compuesto este mundo que habitamos?, y ¿qué es escuchar?. Y creo que atender la primera implica la segunda. Es decir, creo que escuchar es un fenómeno radicalmente animista. Veamos por qué.

4. El animismo

Entre tantas cosas, el animismo nos enseña (¿o recuerda?) que todo lugar está poblado de múltiples formas de vida, humanas, no humanas, más–que–humanas, y que es crucial saber cómo es que todas estas entidades (visibles e invisibles, pero definitivamente resonantes para quien se disponga a percibirles), tienen la capacidad de escucharse entre sí, y de escuchar a los miembros de nuestra especie.

Así, percepción consciente y afectiva es una cualidad que compartimos con muchas otras formas de vida. De hecho, muchos estamos hoy procurando comprender mejor cómo es que animales, plantas, insectos, lugares, cosas, espíritus, almas y otras entidades más–que–humanas, perciben y escuchan, y cuán conscientes son de ello. Por ejemplo, se ha demostrado que las plantas escuchan con dedicada atención los cursos subterráneos de las aguas. Al encontrarlos, se permiten establecer complejas relaciones con las aguas para poder subsistir (Gagliano et al., 2017). Por otro lado, en contextos selváticos, formas específicas de cantar o los sonidos de ciertos instrumentos son entendidos como voces de espíritus; como seres específicos que se materializan en el sonido y que, literalmente, “poseen” las vibraciones acústicas que los humanos somos capaces de percibir (Chaumeil & Hill, 2011; De Menezes Bastos, 2013; Déléage, 2009; Feld, 1982; García, 2005; Gérard, 2010; Howard & Ingram, 2002; Langdon, 2015; Lewy, 2018; Luna, 1992; Piedade, 2004; Rozo, 2022). Y no se trata de simples metáforas. Definitivamente, estos tipos de escucha no necesitan entrecomillarse.

Entonces, reconocer la cualidad animada de los organismos vivos demanda reconocer la capacidad que tienen de hacer, de sentir, de pensar, de recordar y de decidir. Este principio puede revelarse inicialmente en términos sonoros y esto, a su vez, demanda conocer la perspectiva o el punto de escucha del otro. De ahí que, para percibir afectivamente todas las formas de vida que resuenan alrededor nuestro, habrá que buscarles, visitarles y hablarles para poder escuchar los timbres con los que nos interpelan.

De hecho, el timbre es un asunto que tampoco opera solo. Viene a ser una composición resultante de correspondencias que son tejidas con el entorno; una suerte de eco que deambula resonando con otros. Por tanto, todo timbre es un fenómeno plural y compuesto (Rozo, 2023), que revela intenciones, orientaciones e inclinaciones que cambian constantemente. No existe timbre que suene siempre igual. Y es por este motivo que nos permite acceder a otros registros sensibles. El timbre, como lo suponían los antiguos curanderos, es la constitución anímica de las cosas (Nancy 2007).

5. Percibir para ser–más–que–uno

La escucha no es una facultad separada de los otros sentidos. Escuchar es una forma de percepción articulada. Justamente, desde uno de los más recientes debates que varios autores sostuvieron alrededor de la escucha (Brabec de Mori & Stoichita, 2017), Tim Ingold no cree que el problema sea lograr una clasificación exhaustiva de diferentes formas o posturas de escucha. En lugar de prestar atención a cómo escuchamos, en lugar de tratar de definir “a ciencia cierta” qué es lo que percibimos, es mejor ceñirse a la capacidad integradora de la escucha en sí misma. Como decía Nina Sun Eidsheim (2019), en lugar de preguntar qué, quién o qué tipo de cosa estamos escuchando, mejor es preguntar quiénes somos nosotros cuando escuchamos.

Puede que escuchar sea efectivamente un acto intencionado que depende de posiciones (puntos de escucha) y de compromisos (memoria, inclinaciones). Pero, jamás es algo que ocurre como fenómeno individual. La percepción no es un fenómeno exclusivamente humano. Percibimos porque somos percibidos. Como decía el filósofo francés (Nancy, 2007), escuchando, el espacio se abre en nosotros, en torno a nosotros, desde y hacia nosotros. Escuchar es ingresar a la espacialidad que, al mismo tiempo, nos penetra. Y desde esa múltiple apertura, ocurre algo más–que–individual.

De hecho, escuchar es una de las formas de atención más complejas, porque el sonido nos envuelve. Es una manera singular de revelarnos como seres sensibles. El sujeto que escucha es también alguien que está sujeto a la escucha, es decir, que se deja afectar por lo que percibe (Nancy, 2007). Cuando escuchamos, nos convertimos en lugares de resonancia, de tensión y de rebote sensorial. De ahí que, resonar es una forma de reconocer sonoramente al otro. Es una forma de activación acústica entre organismos que comparten la cualidad de ser cuerpos que perciben. Animales, plantas, insectos, cosas, lugares, espíritus, la lluvia, el viento, o distintas entidades también son seres que, según su corporalidad, tienen capacidad de acción consciente y pueden expresarse ocupando distintas posiciones enunciativas.

De esta manera, una escucha atencional (Rozo, 2023), en lugar de ser un acto pasivo o contemplativo, nos permite construir y sostener vínculos afectivos con aquello que percibimos. Es intensificación, preocupación, curiosidad, inquietud y, sobre todo, mucha paciencia. Escuchar de esta manera es reconocer un mundo trazado de relaciones. Es prestar atención a cómo se relacionan entre sí los sonidos, mostrando mucho más que sólo sonidos.

Entonces, escuchar las aguas no sería un ejercicio de acopio de datos en bruto para luego traducirlos a lenguajes “serios y complejos”, para que solo después algo importante sea decidido entre humanos. Los sonidos pueden ser puentes que nos aproximen a diferentes formas de vida; son canales que nos permitirían asumir interacciones con formas de vida radicalmente diferentes. Por eso es clave reconocer las capacidades de hacer y de decir que tienen las aguas, las montañas, las aves, los insectos, las almas y cualquier otro tipo de ser que se mueva. Todos ellos se comunican entre sí, y nos incluyen en ello. Por eso, más que emprender la búsqueda del sujeto que mejor pueda escuchar las demandas de los seres no humanos, todos podemos mejorar nuestra capacidad de escucha y de percepción, para resolver sin intermediaros nuestras relaciones con el mundo que nos rodea. De hecho, el mundo acuático es el mundo mismo, y no otro.

El mundo no pertenece a nadie, pero urge saberlo habitar. Escuchar, entonces, es una forma directa de involucrarse. Toda escucha es un acto animista porque nos permite reconocer al mundo en su verdadera conformación. Gracias a ello, podemos desplegar servicios atencionales compuestos de tareas y labores prácticas y manuales que justamente activan nuestra percepción. Escuchar al otro se convierte en actos de atender, de cuidar y también de dejarse enseñar, modelando nuestros cuerpos por resonancia mutua. Por tanto, esta conciencia de escucha no tiene nada que ver con “preocuparse” por algo o por alguien. Escuchar es más bien ocuparse, es una forma de hacer circular el cariño, y por fin, hacerse cargo.


[1] Docente e investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas y Arqueológicas, de la UMSA (La Paz, Bolivia). berozo@umsa.bo

Este trabajo es la continuación del artículo “¿Quién eres cuando escuchas?(2023) que podrás leer en nuestro blog.


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