Diversidades sexuales

El día que murió el silencio (Paolo Agazzi, 1998)

Artes y Culturas

26 de abril de 2023

*Celeste (María Laura García), en una escena de El día que murió el silencio (1998). Fuente: Ibermedia Digital.

Denisse Calle Conde

María Ángela Huanca López

La película El día que murió el silencio fue la primera en ser grabada con sonido Dolby digital, una innovación y gran inversión económica en la época. Bajo la dirección de Paolo Agazzi y guion de Guillermo Aguirre, la producción se desarrolla en Villa Serena, un pueblo del departamento de Cochabamba, aproximadamente, por los años ’50-‘60. El pueblo es interceptado por la llegada de Abelardo Ríos Claros (Dario Grandinelli), quien lleva consigo un instrumento para romper el “silencio” que cundía en el pueblo. Sin embargo, la incursión de este sujeto y la radio representan un total estallido de diferentes verdades que aparentaban estar en silencio para la comodidad del pueblo. Otro aspecto que llama la atención es la narración intra-diegética, en términos de Gérard Genette, pues Oscar (Gustavo Angarita), uno de los personajes, cuenta y escribe los sucesos desde su perspectiva. Más que un triángulo amoroso, la historia también presenta un entramado de ese tipo entre Abelardo, Celeste (María Laura García) y José (Guillermo Granda), que da pie al tratamiento de las imágenes y representaciones femeninas a lo largo de la película. 

Villa Serena es un pueblito alejado de la “modernidad”, por eso, la incursión de la radio representa una gran innovación, positiva en un primer momento. Sin embargo, de manera posterior se convertiría en algo negativo. Efectivamente, el silencio se rompe no solo por la llegada de Abelardo quien despierta los murmullos de los habitantes por su aspecto, personalidad, cosas comunes que cualquier foráneo provoca. La primera persona que tiene un acercamiento con él es doña Amelia (Norma Merlo), una mujer de avanzada edad que teje más de 80 chompas, esperando el regreso de su hijo. Las demás miradas y relaciones se van concretando a lo largo de la estadía de Ríos en el pueblo y los cambios aparentes que provoca en el lugar. 

Bajo su no tan oculta actitud petulante, Abelardo tiene en mente lograr beneficios propios y puramente económicos mediante la radio. Y camina rumbo a su logro gracias al interés de la comunidad. ¿Pero quiénes representan más afinidad con esta innovación?

Las mujeres, son ellas quienes en su mayoría acuden a la radio para hacer: comunicados, amenazas, exponen a las amantes de sus esposos, hacen llamar a sus hijas e hijos por la radio, conminan a que se les pague las deudas, anuncian la pérdida de gallinas, etc.

Haciendo un tipo de relación recíproca en cuanto a comunicación, pues se genera un espacio para estas mujeres, ellas reciben el entretenimiento y la novedad que la radio provee. En sí, es un espacio donde la información va migrando y ya no se queda entre murmullos. Pocas son las veces que los hombres acuden para dedicar una canción, por ejemplo. En cambio, son ellos quienes se sienten más interpelados y hasta invadidos en su territorio y relaciones al escuchar la voz del intruso. 

Muchos años después de que Celina Quiroga de Aguirre (Blanca Morrison) abandonara a su esposo Ruperto (Elías Serrano), uno de los hombres más influyentes, económicamente, del pueblo, él se había confinado en su casa junto a su hija de nombre Celeste. Ella, al igual que su madre y muchas otras mujeres del pueblo representan el objeto de deseo de la población masculina. Ruperto tiene encerrada y encadenada del tobillo a su hija porque teme que se vaya igual que su madre. Su deseo, también, está habitado por el afán de que no lo vuelvan a abandonar, que su esposa regrese y que no vuelva a ser el hazmerreír del pueblo. Este deseo es parecido al de José, amigo de infancia de Celeste, quien ronda la casa y busca la forma de entablar una comunicación con la muchacha. Por supuesto, entra en juego el deseo de Abelardo, quien después de ver, casualmente, a Celeste por encima de las paredes de su casa, queda impresionado y hasta anonadado. Ella, al darse cuenta que está siendo observada, o por un tipo de presentimiento, sube la mirada. Y solo alcanza a ver una parte de la cabeza del hombre. 

Este primer encuentro entre los dos personajes es interesante por su construcción. En la comodidad de su casa, Celeste lleva puesto un vestido claro (por lo general, sus vestidos son de color celeste en distintas variaciones de tono), con el cabello mojado, aparece realizando actos cotidianos, como peinándose, cortándose las uñas. Ella sabe (o se puede asumir) que nadie la puede ver. Esta actitud cambia cuando cree que es observada, se baja, rápidamente, el vestido suspendido, en signo de modestia. Como dice Berger,

“Los hombres miran a las mujeres, las mujeres se ven a sí mismas siendo observadas” (1972). 

En varias partes de la película existe una similar construcción femenina de los personajes, pues las mujeres son conscientes de su atractivo o lugar dentro de esta pequeña sociedad, y toman esta autoconciencia a su favor, o en función a lo que quieren lograr. 

Pero Oscar, quien es el personaje-narrador, no dice mucho acerca de los deseos de Celeste. Tampoco de Doña Amelia y de las otras mujeres de la película. Si no, aparentemente, existiría un arrinconamiento a lo maternal y sexual. Con la teoría de Genette, Oscar puede ser considerado como narrador intra-diegético porque está dentro de la dimensión narrativa (diégesis). Además, él participa y sabe los embates del pueblo y de sus habitantes. Se vale de esos mismos recursos para dirigir la historia desde adentro, tal como él va narrando y escribiendo, de manera paralela. Entonces Celina, al abandonar a su familia por el actor de una compañía de teatro (David Mondacca) centra el deseo de la comunidad, quienes la recuerdan con alusiones a su belleza. Por tanto, el deseo de ella queda suelto como tal, no se llega a saber más de su huida. Sin embargo, a los ojos de su padre, Celeste representa el anzuelo y la garantía de que su madre regrese, no solo al pueblo, sino al hogar. 

Se hace evidente que Celeste ya no es solo una niña, sino una joven, probablemente, saliendo de la pubertad, con un cuerpo que va despertando cada día. En una de las escenas, cuando ella frota sus piernas, trata de explorar su cuerpo, así manifiesta cierto grado de deseo propio, no ligado a que su padre tenga ataques de epilepsia o que no destroce los recuerdos de su madre. Pareciese que su deseo se va extendiendo más, quizá, con el empuje de la música y las palabras que escuchaba por la radio, cada vez que Abelardo le dedicaba una canción. Este pequeño vistazo a la sexualidad de este personaje es inusual en la pantalla grande. Sirve en cuanto a la construcción de la historia para reforzar las motivaciones de Celeste, al igual que su atractivo. 

Posteriormente, doña Amelia, una mujer de edad avanzada, tiene un deseo contundente: que su hijo regrese a casa. Por eso, a manera de ritual, ella tiene listo su cuarto, como también las más de 80 chompas tejidas a palillo y el hecho de mantener las pertenencias de quien espera. Los otros personajes femeninos llegan a complementar la figura de mujeres a quienes se desea y, según las palabras de Abelardo, los hombres y él las llegan a tener. Por tanto, existe cierto estereotipo marcado: mujeres chismosas, mujeres que satisfacen el deseo del masculino, mujeres que necesitan ser rescatadas. Esta falta de desarrollo de los personajes provoca que, una vez más, queden personajes femeninos de dos dimensiones; por una parte, están siempre en función de los personajes masculinos; y, por otra, solo intervienen para hacer avanzar la historia y no por motivaciones propias. Ellas no tienen más profundidad que su funcionalidad en la trama y solo los personajes femeninos principales, o con más tiempo en pantalla, se desarrollan durante el transcurso de la película, pero aun así no tienen un arco dramático completo y su transformación solo queda en supuestos. 

Cuando Abelardo “mata su corazón y sentimientos”, haciendo alusión a una especie de traición de parte de Celeste, comienza la decaída. El deseo de Ruperto también tiene consistencia en la muñeca que posee, que tiene las características de su esposa, a quien llama cuando desfoga sus necesidades sexuales con la muñeca. Pero, el deseo de Abelardo hace que este espíe la casa donde habitan padre e hija; lamentable y cruelmente, confunde a la hija con la muñeca. Una aberración el hecho del posible incesto que Abelardo, rápidamente, concluye. Por eso y por una mala jugada con el botón de encendido y apagado de la radio, es que termina confesando al aire sus verdaderos sentimientos hacia el pueblo y la comunidad. Confiesa la cantidad de relaciones que tuvo con las mujeres del pueblo (nuevamente siendo ellas objetos de deseo y no sujetos). Por tanto, su descuido es interpelado por sus comentarios con tintes machistas y prejuiciosos. Nuevamente, después de un día cuasi silencioso, vienen las palabras no solo para interpelar, sino desterrar al extranjero. 

El final es un tanto irónico, puesto que el candado que estaba en el tobillo de la muchacha no requería de ninguna llave para que ella sea liberada, este aspecto desmerece gran parte de la historia previa del personaje, cuya identidad se ve determinada por su cautiverio. Más aún, sugiere un tipo de sometimiento voluntario o pasividad, en lugar de mostrar la psicología interna que podría haber sido la verdadera razón de su situación. Al descubrir esto, junto a José, los jóvenes se preparan para irse. Celeste parte y muestra que, por tanto, su deseo no estaba ligado con el cuidado de su padre, sino con la libertad.

Por otro lado, doña Amelia llora cuando el pueblo se ocupa en ajusticiar a Abelardo. Llora como quien volviese a perder otro hijo, o al menos ese lugar maternal que otro estaba llenando.

Así, El día que murió el silencio es una película jocosa, pero que también pone en juego la supuesta “armonía” de un pueblo con verdades a medias conocidas. Pues, más bien, son conocidas, pero, supuestamente, ocultas. En realidad, el pueblo tiene mucho por decir. 


Referencias citadas 
Berger, John. 1972. Modos de ver. GG: Barcelona. 
Garro Larrañaga, Oihana. 2011. “Aprender a mirar: la mujer como sujeto activo de la representación”. La ventana. Revista de estudios de género 4, núm. 33: 302-320. http://www.scielo.org.mx/pdf/laven/v4n33/v4n33a12.pdf 
Ficha técnica
Año: 1998.
País de producción: Bolivia.
Duración: 108 min.
Soporte: 35 mm.
Color: Color.
Guion y dirección: Paolo Agazzi.
Historia original: Guillermo Aguirre. 
Asistente de dirección: Ana Rodríguez, Guillermo Aguirre.
Continuidad: Graziela Signorini, Lineth Herbas.
Fotografía: Livio Delgado, Guillermo Medrano.
Equipo de cámara: Guillermo Medrano, Julio Valdés, Freddy Delgado, Alba Balderrama, Ana María Castellón, Guillermo Granada.
Productora: Sandkom, Filmproduktion, Red ATB.
Producción: Martin Proctor.
Producción ejecutiva: Ute Gumz .
Productores: Guillermo Wiener, Arturo Bedoya, Samy Schwartz.
Gerente de Producción: Patricia Quintanilla.
Gerente de locaciones: Alfredo Roca.
Asistente de producción: JosÉ Torrico, Fredy Rocha, Christina Torrico, Valeria Vacaflor, Tatiana Reyes Ortiz.
Secretaria de producción: Susana Ayoroa.
Dirección de arte: Martha Méndez. 
Equipo de arte: Edson Quesada, Pilar Valverde, Patricia Sejas, José Guevara, Roberto Mier, María Luisa Ramirez, Álvaro Gómez, Sebastián Lauric.
Vestuario: Reny Galleguillos, Marcela Beltran, Marcela Beltrán.
Maquillaje y peinados: Magaly Pompa, Marcelo Antezana, Leonor Cartagena, Alba Balderrama. 
Montaje: Nelson Rodríguez, Paolo Agazzi.
Sonido: Ramiro Fierro.
Microfonista: Ramiro Valdez.   
Edición y mezcla de sonido: Ramiro Fierro, Gustavo Navarre, Michael Jordan, Juan Cadena.
Composición de la banda sonora: Cergio Prudencio.
Casting: Wendy Alcazar.
Reparto: Dario Grandinetti, Gustavo Angarita, Elías Serano, Norma Merlo, Guillermo Granda, María Laura García, Edgar Vargas, Beatriz de la Parra, Rafo Mon, Edwin Morales, Teresa Sierra, Melita del Carpio, Blanca Morrison, Rosalba Guzmán, David Mondaca, Jorge Ruiz. 

Sinopsis

La película se desarrolla en un pueblito postergado, Villaserena. Un día llega Abelardo (Darío Grandinetti) e instala una radio precaria alimentada por un generador. Los cuatro parlantes estratégicamente ubicados empiezan a pregonar lo que el pueblo alguna vez calló llegando a convertir a Villaserena en un infierno, hasta que sus habitantes deciden acabar con la fuente de todos sus problemas. Celina (otrora esposa del hombre más rico del lugar) y Gastón (primer actor de la compañia de actores ambulantes) huyen del pueblo dejando abandonada a Celeste (hija de Celina) que es una hermosa joven encerrada entre cuatro paredes por su padre. Se forma un triángulo amoroso entre Celeste, Abelardo y José (joven campesino). La historia está narrada por Oscar, otro singular personaje de Villaserena que va mezclando su fantasía con la realidad. (Filmaffinity). 

De izquierda a derecha: Eduardo López y Martín Proctor (producción), junto a la actriz Norma Merlo, en un día de rodaje de El día que murió el silencio. Gentileza de Eduardo Quintanilla.


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