Diversidades sexuales

Hasta que no se consiga eso, no hay perdón y no hay olvido

Feminismos

Escritura y feminismos

10 de mayo de 2023

Una entrevista a Cristina Rivera Garza

 

¿Cuál es el poder transformador del lenguaje?, ¿a quién le pertenece ese poder ?, ¿cómo lo utilizamos? ¿El lenguaje es político? Escribimos y reescribimos nombrando al feminismo y a todo lo que el patriarcado ha silenciado. 

En nuestro séptimo capítulo: Existe porque lo nombramos. Lenguaje inclusivo y feminista, conversamos con Cristina Rivera Garza acerca de las posibilidades que nos da el lenguaje para configurar un mundo feminista.

A continuación, la entrevista que realizamos, completa, transcrita y editada para el formato de texto.

Paola Senseve: Hablemos de la relación estrecha entre el lenguaje y la política. Yo diría que quienes trabajamos con el lenguaje, las palabras, la producción de ideas y contenidos también hacemos, inequívocamente, política ¿Estás de acuerdo con esta aseveración?

Cristina Rivera Garza: Bueno, absolutamente. Como escritora la manera en la que yo me concibo es precisamente mi trabajo más cercano, mi práctica más material, es precisamente con el lenguaje que es una fuerza, una energía colectiva. El lenguaje no lo creamos los escritores, evidentemente, el lenguaje llega a nosotros o nosotros llegamos a él ya con historia, con presencias, con experiencias, con desigualdades, con conflicto. El lenguaje no está formado por elementos metafísicos, el lenguaje es materia, es la manera con cómo nos contamos, cómo nos narramos, la manera en cómo nos concebimos pasa por el lenguaje y luego pasa por el conflicto. El lenguaje es donde nos volvemos sociales, el lenguaje es donde estamos con otros, por eso he dicho muy frecuentemente que escribir no significa estar solos, sino que escribir es estar siempre con otros y estar con otros implica, por supuesto, desavenencia, disenso, diferencia, porque somos cuerpos específicos en lugares muy posicionados de la realidad, no todos tenemos acceso a lo mismo, la manera con la cual nuestro cuerpo está estructurado, en términos de clase, en términos de género, en términos de raza, dictamina qué tanto acceso tenemos a muchos elementos sociales; entonces de ahí creo que vienen los conflictos que a mí me interesa abordar y explorar en mis libros. Yo creo que todos los libros son libros comprometidos, no creo que exista esto que se llama “el arte por el arte” o “la escritura por la escritura”; me parece que esa es una manera elegante de decir que son libros que apoyan lo que está pasando, que se neutralizan y se naturalizan con la realidad tal y como aparece. Pero mi interés es que, tanto mis libros como yo misma, estén del lado de una crítica lo más radical posible al medio en que nos encontramos y estoy muy convencida de que este trato con el lenguaje también sirve para imaginar futuros distintos y alternativos y también ahí hay una carga, por supuesto, política.

P.S.: El lenguaje, desde siempre, ha sido una herramienta fundamental y de base servil al poder, por ende, a todas las opresiones: racismo, capitalismo, capacitismo, clasismo y, definitivamente, patriarcado. La violencia regula sus fuerzas y se origina también en el lenguaje y creo que es algo que es necesario comprender si queremos cambiar la situación, algo que no se toma en cuenta cuando se habla de feminismo en la política, ¿tú qué opinas?

C.R.G.: Hace un rato decía algo y no soy la única, naturalmente, pero sí lo creo profundamente, que nos volvemos sociales en el lenguaje, somos lo que somos por la manera en cómo nos contamos, lo que contamos de nosotros mismos en relación con otros, pero, por supuesto, el lenguaje no es neutro, está atravesado por fuerzas fundamentales también de nuestra socialidad y de cómo todo lenguaje hegemónico y dominante existe. Hay lenguajes que se callan, se empujan a los lados y se invisibilizan. Para mí, como escritora, quiero contar otras historias, historias que vienen y se generan de otros lados, más allá, más antes, por abajo, por arriba del lenguaje dominante, pero para contar otras historias creo que es bien necesario subvertir, darle la vuelta, hacer un corto circuito, utilizar todas las herramientas de mi campo, que es la escritura creativa; de otra manera terminaríamos contando las mismas historias que nos cuenta ya el capitalismo, que nos cuenta ya el patriarcado. En ese sentido me parece que lo que se llama “escritura experimental” es fundamental, no solo por lo que hace en términos de forma, sino porque todos esos elementos a través de los cuales se contesta, se interroga, al lenguaje dominante hace que estos juegos de la forma, adquieran un significado mucho más amplio y, tal vez, con consecuencias mucho más amplias. 

El ejemplo más concreto que tengo ahorita, acabo de publicar el libro El invencible verano de Liliana que es una exploración sobre el feminicidio del que fue víctima mi hermana Liliana Garza en 1990. Esta historia que, evidentemente, es la tragedia de mi vida, en 1990 se contó como si hubiera sido un crimen pasional, una narrativa que intrínsecamente culpa a la víctima y exonera al perpetrador. Nos ha costado treinta años de luchas, treinta años de actividad colectiva, treinta años en los que muy distintos feminismos han puesto la carne en el asador, como se dice, para ir produciendo un lenguaje que nos permita contar esas historias de otra manera, honrando la dignidad de la vida de las víctimas. Yo pude haberlo querido hacer por mí misma, sola como escritora hace treinta años, pero no lo puedo hacer sola, depende de cómo trabajamos en colectivo y por eso a veces me preguntan por qué tardaste tanto. Independientemente de cualquier proceso individual de duelo, que tiene que llevar su tiempo, por supuesto, yo creo que la respuesta es esa, que nos ha costado al menos estas últimas décadas de lucha, de actividad, de toma de la calle, de toma de la plaza pública, de toma del lenguaje para crear, por una parte, el concepto que se llama feminicidio que es una figura legal, que es acción y es práctica y lo mismo significa esta acción y práctica, a contar estas historias no solo de esta manera sino para escuchar distintas otras. Creo que todo eso es fundamental en las visiones críticas del mundo y en visiones alternativas del mundo en el que vivimos.

P.S.: Alucino cuando hablas de El invencible verano de Liliana y dices que esta historia recién la has podido escribir, porque la palabra feminicidio no existía. La completa invisibilización de algo que ha pasado y que, además, tiene un origen, una explicación, porque ha acontecido sistemáticamente en la historia. Una de las cosas que más me preocupa es esto y es que con el lenguaje podemos darle foco y espacio a cosas que permanecían escondidas, entonces se convierte en una herramienta política del feminismo, pero también de luchas históricas. Me asusta que la violencia se vaya redoblando, porque es la apuesta del sistema, que pone resistencia y se niega a desaparecer, haciendo que, a cada lucha ganada, a cada centímetro avanzado, haya nuevos ataques. ¿Cómo los resistimos y cómo los combatimos también desde el lenguaje? Creo que es un terreno que se necesita explorar mucho más.

C.R.: Yo creo que son luchas en común, no está por una parte la lucha del lenguaje y por otra parte la toma de las calles, a lo mejor lo hacen personas distintas, grupos distintos, pero definitivamente son luchas en común y que tienen que ver con nuestra discusión pública y nuestra práctica pública. A lo mejor yo no he estado en todas y cada una de las manifestaciones que se han llevado a cabo en México y en otros lugares en las que mujeres cada vez más jóvenes que han crecido con una precariedad enorme, inseguridad en las ciudades y los campos han salido a demandar justicia y a denunciar múltiples hechos de violencia. Igual a mí me ha tocado participar en algunos, no he estado en todos, pero he estado ahí cuando he podido y a lo mejor muchas de las mujeres que han estado ahí con el puño en alto y poniendo el cuerpo, todas han escrito al respecto. Entonces yo creo que hay una interrelación en la que la práctica política de tomar las calles y también la política de tomar el lenguaje, convergen.

Yo realmente creo que encontrar maneras distintas de contar las historias puede resultar en maneras distintas de vivir las historias. Cuando se naturaliza y se silencia la violencia o la microviolencia, especialmente cuando hablamos en los términos de violencia contra la mujer, violencias a causa de género, de violencia contra las mujeres por ser mujeres, etc.; muchas de estas violencias pasan en nuestras sociedades bajo el lenguaje del amor romántico, que es bien poderoso como bien sabemos. Y ha sido precisamente este entretejido entre el lenguaje amoroso, tan legitimado, y la realidad de la violencia lo que lo hace tan difícil. En primer lugar, identificar los hechos, estar segura de que una cosa es violencia y otra cosa, muy distinta, es amor. Para eso han contribuido especialistas en varios campos y ahora tenemos, en México, al menos, deben existir otras cosas de las cuales no estoy al tanto, es algo que hizo el Instituto Politécnico Nacional que es un violentómetro, una especie de regla que va midiendo en distintos colores la creciente violencia de distintos actos de la vida cotidiana y que las mujeres usualmente enfrentan. Entonces, aclararnos eso con el lenguaje, nos aclara también nuestras acciones, nos prepara para identificarlo y nos prepara para protegernos. 

Yo creo que la literatura trabaja a otro nivel, tal vez sin esa claridad, en el sentido de “aquí va esto y sigue esto” y hay una definición puntual. Muchas veces dentro del campo de la salud pública se nos puede dar guía, pero creo que lo que tienen las historias es que nos muestran esos pequeños detalles de la vida cotidiana, nos ponen en esos lugares a través del gran poder de empatía y de la identificación que produce el lenguaje y entonces nos vamos expandiendo en el sentido de qué es lo real y a qué nos estamos enfrentando en nuestra realidad y nos está también expandiendo nuestra capacidad de imaginar mundos alternos. Entonces, digamos que yo creo que tienen que seguir haciéndose las dos cosas, creo que hay que seguir luchando por escribir historias que nos recuerden que el pasado no solo es pasado, que está con nosotros, que está bajo nuestros pies en distintas capas de experiencia. Que el pasado y el presente también contienen ese futuro por el cual estamos luchando y que la lucha la tenemos que dar desde múltiples trincheras y a múltiples niveles. A mí porque tengo que estar escribiendo, digo desde el lenguaje, estoy pensando en el lenguaje escrito, pero realmente es mucho más amplio. Que todos los que practicamos el lenguaje somos parte de esta gran red que nos puede aplastar, pero también nos puede enseñar caminos de salida.

P.S.: Sí, las escritoras trabajamos con el lenguaje, escribimos y creamos contenidos, pero el lenguaje es algo vivo. Tiene que ver con cómo conversamos, cuáles son las palabras, y es justamente lo que decías, por qué le decimos amor a algo que simboliza violencia, dominación y opresión. Por eso creo que el lenguaje es tan importante, porque configura la forma en que vivimos. Quisiera enfatizar esta relación que hay entre el lenguaje, la memoria y la historia. La historia de nuestras naciones, países, pueblos, que ha sido contada por un cierto grupo de personas, hombres, blancos, heterosexuales; entonces, aquí cabe recalcar esa acción política sobre el quién cuenta, quién recuerda, cómo está cuestionada y lanzada la memoria que tiene que ver con el lenguaje y la política.

C.R.: Una de las cosas que más me preocupa de esto y se ha vuelto el punto central de mi trabajo es que muchas veces cuando hablamos del pasado, tendemos a creer que está en el pasado, que de alguna manera lo hemos sobrevivido, podemos tener algún eco, alguna reverberación, pero está allá, en algún otro sitio. Volvemos la vista atrás, hacia el pasado. He estado leyendo útilmente una autora que me impresiona mucho por la profundidad y por la certeza de sus ideas, se llama Cristina Sharpe, ella es una especialista en la esclavitud y tiene un libro maravilloso que se llama In the wake: On Blackness and Being, que ojalá tradujeran pronto al español. Una de las cosas que me llamó mucho la atención y que repito mucho últimamente es que hay dos conceptos que, de hecho, creo que vienen de la geología (que es otra cosa que estoy investigando mucho), una es la idea de que las rocas, lo que llamamos nuestro contexto material, nuestro suelo, no es sustantivo sino un verbo. En este suelo, en estas rocas quedan inscritas todas las acciones que llamamos del pasado y, en ese sentido, el pasado nunca es el pasado, el pasado nunca está realmente en el pasado, el pasado está con nosotros, está marcado, está, tal vez, debajo de muchas capas o formando esas capas sobre las que nosotros nos asentamos, sobre las que vamos viviendo nuestras vidas. Para mí, quitarme de la cabeza esa idea de la pastness of the past, la carga de pasado del pasado es la pregunta que lanza el presente y que requiere de esta revisión, de este salto hacia abajo para ver y des-sedimentar toda esta experiencia que vive con nosotros en el presente. Me parece que es importantísimo, creo que, de ahí, moviendo esa pequeña tuerca, podemos lograr muchas otras cosas. Milorad Pavić es un autor que me gusta mucho y tiene una frase que cito mucho últimamente porque me parece siempre maravillosa, decía: “el pasado siempre está a punto de ocurrir”. Entonces creo que mucha de mi tarea, por ejemplo, ha consistido en hacer preguntas desde el presente, que estas preguntas creen pequeñas grietas en le presente por las que el pasado irrumpe y se vuelve presente otra vez, le quitamos esta característica de inerte, de algo terminado o resuelto, mal resuelto, pero de alguna manera concluido y creo que para tomar en cuenta las múltiples experiencias que las versiones oficiales de los distintos ganadores y ganadoras no toman en cuenta, creo que es fundamental empezar ahí. El otro concepto que también viene de la geología es el de “tiempo de residencia” y esto es lo que los geólogos miden, a veces en millones de años, y se refiere a lo que tarda en desaparecer una sustancia de la corteza terrestre. Los plásticos, por ejemplo, tardan millones y millones de años, pero también los cuerpos. En uno de los comentarios de las descripciones para mí más interesantes, política y estéticamente que hace Cristina Sharpe en este libro, se trata sobre los cuerpos de los africanos que secuestraban para llevar a través del atlántico a Estados Unidos como futuros esclavos, muchos de ellos terminaban en el océano por varias cuestiones, y entonces ella decía “no, está muerto”, pero, si vamos a tomar en cuenta el tiempo de residencia, ellos están con nosotros en fósforo, están con nosotros en potasio. Y aquí es donde incluyo la palabra cloro, que fue lo que yo puse de epígrafe en el último capítulo de mi libro sobre el feminicidio de mi hermana con quien yo nadaba en albercas que siempre olían a cloro, y parte de la reflexión de Sharpe me hizo pensar en que ahí hay una presencia, no metafórica, no parte de mi recuerdo, hay una presencia material que eso es lo que se investiga. Entonces el tiempo de residencia según lo que sugiere Sharpe es el trabajo del duelo, como un trabajo persistente y constante este “reunirse con otros”, este “sentarse con otros”, este “defender a nuestros muertos” y a nuestros vivos en el proceso también de concatenarnos con ellos y articularlos a nuestra presencia ahora, porque están con nosotros, no en una forma de realismo mágico sino en una forma de una radical apreciación material de nuestro entorno. Yo creo que, si pensamos bajo esos términos, a mí me ha ayudado mucho para participar de este tiempo de residencia, de estar muy al tanto de este tiempo de residencia y para estar muy alerta de que cuando hago preguntas sobre el pasado estoy siempre haciendo preguntas sobre el presente, estoy, de hecho, activando elementos del pasado que van a irrumpir, que van a estar, que están en distintas sustancias, pero todavía aquí con nosotros. 

Entonces eso toca a todas las experiencias oprimidas y calladas que son, lo sabemos muy bien, experiencias de mujeres, experiencias de pobres, experiencias de pueblos indígenas, experiencias de cuerpos no normativos. Es decir, la gran mayoría de nosotros, esa es la cuestión.

P.S.: Volviendo un poco más a tu trabajo, a tu proceso escritural, tú hablas de la desapropiación, de la autoría, la memoria y su organización, trabajas con archivo e investigación. ¿Con qué otras maniobras del lenguaje más trabajas? 

C.R.: Mira, hay algo fundamental en todo esto que has abordado en tu pregunta que, si tomamos en cuenta estas ideas sobre el pasado, esas ideas sobre el presente, esas ideas sobre el tiempo de residencia, la memoria material, la memoria inscrita, etc. yo creo que en mi posición como escritora y de lo que requiero para poder acercarme a cualquier enigma y a cualquier elemento que esté tocando mi puerta queriendo salir en forma de escritura, lo primero que se requiere es investigación y lo menciono aquí al inicio porque muchas veces se cree que escribir ficción o escribir poesía o escribir lo que sea creativamente es un acto de inspiración para el cual algunos están mejor preparados que otros, sobre todo, si hay una cercanía en términos de identidad con los temas que nos interesan, y es algo que yo tomaría con mucho cuidado porque yo, por ejemplo, escribí Autobiografía del algodón que es una exploración sobre la experiencia migratoria de mis abuelos precisamente en la frontera entre Nuevo México y Estados Unidos en 1930, pero pude escribir ese libro no por ser nieta de ellos, no porque me liga una identidad a su presencia. Lo pude escribir porque hay años de investigación al respecto y la investigación es el cuidado que uno pone respecto a los elementos, historias, experiencias, prácticas que le interesan. Cuando escribí el libro sobre mi hermana, no me autorizaba el solo hecho de ser hermana de Liliana Rivera Garza a escribir sobre ella, lo que creo que me autoriza es el cuidado que va implícito en un trabajo de investigación. Aquí hablo de investigación en términos muy amplios, no estoy hablando nada más de investigación académica, la investigación es un proceso muy creativo y cada proyecto requiere el ir formando, discutiendo con uno mismo y con otros cuál es el método, cuál es el proceso por el que vamos a ir produciendo el lenguaje de libros específicos o artefactos en general. Yo empezaría por ahí. Pera mí es importante al investigar casos de violencia a no volver a llevar a cabo esa violencia con las víctimas, no volver a callarlas, no volver a invisibilizarlas, no volver a editorializarlas, yo creo que, por eso, entre otras cosas, estuve pensando en términos como el de la desapropiación, que es una cosa un poco más complicada, pero esencialmente es atender con mucho cuidado y traer a colación a nuestros textos los textos que otros han producido, es decir, va totalmente en contra de esta idea de dar la voz; nadie da la voz a nadie, esa es una noción super imperialista del trabajo de la escritura y, en general, de las relaciones humanas. Se trata de construir estructuras compartidas en las cuales esas voces y esas experiencias que ya existen puedan entrar en contacto con otras y este proceso, por supuesto que, si estamos haciendo periodismo, hay ciertos protocolos si estamos haciendo ciencias sociales, pero cuando hacemos escritura creativa hay una serie de tradiciones y herramientas estéticas a las que podemos echar mano y también que podemos ir creando en conjunto con esos materiales y con los retos que los materiales mismos nos están aventando como creadores. Entonces, poner mucha atención en el material, dejarse guiar por el material, escucharlo bien, honrarlo y, si nos queremos ver más radicales aún, hasta obedecerlo, me parece que esta es la tarea de la escritora, creo que hay aquí al menos un afán nominativo que es mucho de lo que nos heredaron, por ejemplo, los escritores del boom que estaban “nombrando al mundo” como abriendo el regalo y dándolo, yo creo que, muy por el contrario, estas estéticas desapropiativas que tienen un cariz feminista innegable, que trata de crear relaciones mucho más horizontales y más bien escuchar los nombres que ya están, que han sido negados, que han sido borrados, que han sido falsamente olvidados porque están todavía ahí y a ver qué mundo podemos producir con ellos aquí y ahora en el presente. 

Acabo de concluir la primera versión de un libro que todavía no sé cómo se va a llamar, pero tiene que ver con algo que estoy llamando “escrituras geológicas”, en el sentido que te decía antes con los procesos de des-sedimentación, atención a tiempos de residencia, cómo lo han hecho otros, cómo lo podemos hacer ahora con los retos del antropoceno, los retos del capitaloceno, con los retos de extinciones masivas, con lo que nos proponen también desde sus trincheras los pueblos indígenas con sus experiencias y su resistencia de años, con nuevas generaciones de feministas. Yo creo que es un momento de irrupción importante que puede, ciertamente, cambiar y subvertir las maneras en que estamos contando nuestro mundo.

Tomaría mucho esto en cuenta, dejar de tener miedo a la palabra investigación cuando estamos haciendo escritura creativa, eso es algo que nos enseñaron los antiguos, los viejos maestros, que nos decían que había que poner atención a la imaginación como si la imaginación no fuera acuerpada, como si la imaginación ocurriera en un lugar al que no llegaban ni clase social, ni raza, ni género, como si la imaginación se diera por si misma, yo, evidentemente, no creo en eso. Ya lo decía Claudia Rankine, una gran poeta norteamericana, la imaginación está atravesada por las mismas fuerzas que atraviesan mi cuerpo. Esa diferencia entre escritura e imaginación y escritura de investigación, me parece del todo insulsa, siempre estamos haciendo investigación, más vale hacerla de manera consciente porque así la podemos hacer de manera crítica y radical y así podemos aprender de otros y podemos concatenarnos a conversaciones que van más allá de nosotros mismos y de nuestros libros, que supongo que al final de eso se trata, de esta gran conversación de la que pueden resultar otros mundos.

Qué maravilla sería que a uno nomás se le ocurran las cosas porque sí y, sí minimización, tienes toda la razón, es algo que se nos olvida, cuando estamos escribiendo estamos trabajando justamente con el lenguaje que le pertenece a tantos y, por lo tanto, lo quieras o no, hay allí, no me gusta la palabra ‘responsabilidad’, pero no encuentro todavía otra que la sustituya, pero es una deuda fundamental con los practicantes de las lenguas que nosotros estamos tomando prestadas para producir otro tipo de trabajo, pero es un trabajo, y si lo ves en el día a día, es un trabajo muy poco glamouroso, es un trabajo de mucha talacha, es un trabajo de hacer muchas preguntas, este viaje que ahorita estoy haciendo es también de investigación, es un trabajo de ir a poner el cuerpo, de hacer preguntas, de tomar muestras del suelo, en muchos casos hacer notas, en fin, todo este otro lado del que a veces no se habla tanto porque entonces le quitamos toda esta aureola de estar más allá del mundo, como si la escritura no estuviera atravesada por las mismas cosas que atraviesan el cuerpo. Entonces me parece fundamental, creo que, si pensamos en la escritura como un trabajo, no como un empleo (que es una cosa distinta), sino como un trabajo de producción y reproducción del mundo en el que vivimos, yo creo que tenemos mucho que ganar.   

P.S.: Cristina, tú también has escrito poesía y eso ya constituye una posición política frente al y desde el lenguaje. Me pregunto si crees que hay en la poesía formas particulares de hacer política, no me refiero a los contenidos temáticos, sino al trabajo del lenguaje, las estrategias con las que opera la poesía que permiten pensar, malear, reconfigurar, reinventar constantemente el lenguaje.  

C.R.: Interesante pregunta. Cada que me preguntan algo así o algo parecido me acuerdo de dos citas, una viene de una autora norteamericana que se llama Lyn Hejinian, cuya poesía me gusta mucho y cuyo trabajo teórico también, lo leo con mucho interés, y ella decía una definición de poesía que es un “lenguaje con el que investigamos el lenguaje” y me encantaba eso porque en muchos sentidos lo es, aunque yo diría que en general la escritura, independientemente del género que ocupa, es el lenguaje con el que investigamos el lenguaje. La otra, es de un librito que leí hace mucho años, de Eduardo Grüner, Argentina, donde hablaba de cómo la poesía se hacia cargo de compartir un enigma todavía como enigma, sin disolverlo, sin visualizarlo, sino usaba todas sus herramientas para hacerlo compartible pero como enigma y cada vez que veo algo así me sorprende y me interesa, pero es lo mismo, creo que si una novela está bien escrita, si una novela logra su cometido, si un cuento lo hace, también se trata de eso, de compartir algo que el autor no acaba de entender, no tiene resuelto y cuya conclusión solo se alcanza en la subjetividad de otro a través de ese proceso crítico y creativo que es la lectura también.

Me gustan esas dos definiciones que usualmente se han hecho de la poesía, yo sinceramente las alargaría, la expandiría a todo el proceso de escritura y, de hecho, me interesa mucho más que trabajar con géneros que recibimos como establecidos. Si le ponemos atención a nuestros materiales y por materiales me refiero a: documentos de archivo, entrevistas, observaciones de campo, meditación, sueños, las otras lecturas que tengo, todo lo que implica estar investigando algo y realmente trabajamos con eso, lo seguimos puntualmente va a haber un momento en que lo que va a entrar en crisis son estas definiciones de género. Entonces, al menos lo que me ha pasado, es que vamos a trabajar, no esta cuestión híbrida, cuya definición tiene mucha sospecha de algo porque implica una no mezcla, no hibridación, hay un énfasis aquí en un contacto armónico que no me interesa, yo le he llamado “escrituras colindantes”, su definición sería el utilizar elementos asociados generalmente a un género para interrogar y dinamitar otro. Ayer, por ejemplo, estaba leyendo el trabajo de uno de mis alumnos del seminario que estoy dando en la Universidad de Houston, y estaba realmente muy feliz de estarlo leyendo porque era un escrito organizado en párrafos en el que cada oración había sido cortada con puntos seguidos, pero aparecía como párrafo y realmente podías distinguir la oración, los puntos hacían detenerte, te hacían respirar y le daban otro ritmo al texto. Estas unidades que habían sido separadas funcionaban a manera de verso, entonces lo que pasaba era esto, está ahí la oración y la reconoces, está el párrafo y lo reconoces porque son los componentes o unidades de medida de la narración, pero por dentro están construidos también esos cortes; a manera de detener, de interrogar, de pausar, con un signo de puntuación como el que usamos en tantos géneros que existen y nos hacen pensar en la presencia del verso dentro de esta exploración. Mientras lo leía, pensaba: hace mucho que no leía una escritura colindante tan efectiva porque, a parte, tiene otras virtudes, no es lo único que hace el texto, pero de entrada es lo que tu pregunta me hace pensar. Lo que tenemos a nuestra disposición a veces para orientarnos, si son nociones de género literario que hemos heredado, lo cual no implica que sean nuestros muros de contención, estoy realmente convencida de que si ponemos atención a nuestros materiales, vamos a terminar cruzándolos con papeles o sin papeles y vamos a terminar finalmente dinamitándolos porque la experiencia humana no se cuenta en género literario, la experiencia humana precisa las preguntas suficientemente precisas que nos vienen desde distintos géneros literarios y no hay nada que nos diga que no los podemos usar a la vez y, más allá, no hay nada que nos diga que no lo podemos usar para criticarse y contestarse los unos a los otros.

En la poesía, por ejemplo, hay una tradición y una serie de estrategias que reconocemos, distintos movimientos, no estoy negando eso, hay cosas muy bellas y hermosas que como escritores tenemos que conocer, es parte de nuestra tradición; ahora, conocer no es aceptar, conocer no significa que vamos a seguir haciendo lo mismo, conocemos para producir desvíos y si queremos subvertir, más vale conocer bien lo que estamos subvirtiendo para llevarlo a otro lado. 

P.S.: Has escrito sobre tu familia, especialmente en este último libro: El invencible verano de Liliana, del cual hemos hablado; en ese sentido, quería preguntarte si crees que la escritura y el uso del lenguaje tiene una relación con la sanación, consciente de todas las connotaciones, pero también refiriéndome a reivindicación, ¿qué piensas?

C.R.: Estoy descubriendo y estoy en un proceso de descubrir qué es lo que pasa realmente con ese tipo de libros, está ese libro, El invencible verano de Liliana, pero también Autobiografía del algodón y, anterior a eso, Había mucha neblina o humo o no sé qué que es un libro sobre Juan Rulfo y su trabajo, pero también sobre un reencuentro con el país. Entonces creo que desde esos tres libros para acá he estado explorando esto que, por falta de otro nombre he llamado “escritura geológica”. Lo que he estado descubriendo, sobre todo con este libro más reciente, es y cualquiera que haya estado en terapia sabe lo importante que es poner en palabras, articular una historia y cómo esto te articula por dentro, pero para lo que no estaba tan preparada era para la articulación hacia afuera. Cuando un duelo que ha sido privado, que ha sido callado, al que se ha callado, empieza a ser un duelo en común, luego entonces empieza este trabajo en conjunto, comunitario de duelo, forma parte de este tiempo de residencia, estamos alargando todos juntos el tiempo de residencia de Liliana sobre la tierra. Ese trabajo de estar con otros, de que todos formemos este círculo y este abrazo que dan la bienvenida a gente que creíamos perdida, pero estaba con nosotros, da la bienvenida a este regreso, me parece una fuerza fulminante que estoy tratando de entender.

Ese trabajo de sanación me interesa, el otro, el privado, el personal, tiene su lugar, pero esto que está ocurriendo cuando se ponen en juego todas las estrategias estéticas de la escritura, sus posibilidades de conexión con otro, y cuando nos ponemos de acuerdo en que este trabajo de duelo lo podemos estar sosteniendo en conjunto, definitivamente hay algo que sucede ahí, se comparte el dolor, por supuesto, y hay una capacidad de la alegría también, del regocijo de estar vivos y estar juntos, que es impresionante. Yo no creo que se consiga nada sin un justicia, hay un trabajo concreto, práctico, burocrático en el sistema de la justicia que tiene que llevarse a cabo, esto no es algo que pueda ser tomado en consideración sin los lineamientos de la justicia, pero, por ejemplo, en mi familia, mis padres y yo, el 16 de julio del año pasado, como todos los años, fuimos una vez más al panteón a visitar a mi hermana y, a diferencia de muchos años anteriores, este año por haber estado en pandemia, no había nadie, nos dieron paso muy cordialmente, pero aún así en ese estado donde no había nadie, nosotros estábamos convencidos de haber estado rodeados de mucha gente; fue una primera vez en que pudimos sentir los tres la energía, la presencia que hace una gran diferencia. Por eso me está llamando la atención todo esto del tiempo de residencia y el trabajo de duelo como un trabajo de despertar también, pero no dejo de quitar el renglón sobre el asunto práctico, burocrático, puntual, que es traer a un feminicida, a un presunto feminicida para usar de manera correcta el término, a Ángel Gonzáles Ramos, sobre el que prende una orden de aprensión que se dictó en 1990 como presunto feminicida de mi hermana, hasta que no se consiga eso, no hay perdón y no hay olvido. 


Entrevista, redacción y edición: Paola R. Senseve Tejada

Transcripción: Cynthia Biggemann


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